1.- Deja que entren en ti los rayos de la verdad y de la paz.
     Serénate un poco con los que durante el año has estado tenso.
 2.- Deja que te tonifique el silencio y la contemplación. 
      Las prisas y el estrés del día a día nos impiden saborear
       muchas sensaciones que pasan inadvertidas. 
 3.- Despliega la sombrilla del perdón y de la acogida. 
      El verano es un tiempo propicio para que salga a
       flote lo mejor de nosotros mismos.
4.- Dialoga con tu familia.
      Recupera los vínculos de amistad y de confianza 
      con aquellos que se han debilitado.
5.- Reza y da gracias a Dios por la posibilidad del descanso.
      La fe no admite vacaciones. Somos sus hijos en otoño, 
      invierno, primavera y también en verano. 
6.- Comparte lo poco o lo mucho que tienes. 
      Un consejo, una sonrisa, una limosna…son formas 
      de hacernos la vida más íntegra y más agradable 
a los demás.
a los demás.
 7.- Escucha al que tiene necesidad de ser oído.
       El descanso del cuerpo lo da también el encontrar 
       un amigo, alguien con el cual pensar y hablar en alto. 
8.- Celebra la Eucaristía con tu familia y con tu comunidad
       La Palabra de Jesús nos ilumina y su Cuerpo nos fortalece
       para emprender luego nuestras obligaciones con 
nuevos aires.
nuevos aires.
9.- No te dejes llevar por el excesivo ajetreo.
      El secreto de un buen verano está  en disfrutar con aquello
      que, durante el resto del año, no hemos podido llevar a cabo. 
10.- Renuévate y embellécete por fuera y por dentro.
         Que la acción del sol embellezca tu piel con un 
buen bronceado y la luz del Señor te ilumine
y te fortalezca interiormente.
buen bronceado y la luz del Señor te ilumine
y te fortalezca interiormente.
P. Javier Leoz

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