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martes, 27 de julio de 2010
LOS ABUELOS DE JESUCRISTO
Sagrada Familia con San Joaquín y Santa Ana ante el Eterno en gloria.
Tan positiva y tan enriquecedora es la relación con los abuelos, que el mismo Dios quiso hacerse nieto. Así, la Tradición nos ha legado que los padres de la Virgen María, san Joaquín y santa Ana, tuvieron trato con Jesús, cuando era niño. Al menos, santa Ana. Y por eso, la Iglesia celebra la fiesta de ambos el 26 de julio. Las fuentes que nos han llegado de sus vidas son de notable antigüedad: las más antiguas se remontan al 150 d.C. y se basan en el apócrifo Protoevangelio de Santiago. Aunque la veracidad del Protoevangelio tiene considerables lagunas, el sensus fidei -que tan pocas veces se equivoca- ha mantenido viva la tradición de que ambos santos eran de Galilea (Séforis o Nazaret, probablemente) y vivieron piadosamente en Jerusalén. De hecho, hoy se conserva en la Ciudad Santa una iglesia en memoria de la madre de la Madre. Casados muy jóvenes, los años pasaban y el vientre de Ana parecía negarse a concebir. En cierta ocasión en que Joaquín acudió al templo, fue expulsado por no tener descendencia, y tanto él como su esposa elevaron sus súplicas al cielo para tener un hijo. Y el Padre, comprobada su virtud y su disponibilidad a cumplir los planes divinos, les honró con la paternidad de la Madre de Dios. No se sabe a ciencia cierta si san Joaquín llegó a conocer a Jesús, o si fue tras su muerte cuando Ana y su hija se trasladaron de nuevo a Nazaret. La Tradición ha conservado la imagen de santa Ana enseñando a leer las Escrituras a la Virgen niña, y, puesto que María concibió siendo muy joven, es casi seguro que santa Ana conoció a su nieto y ayudó a María en su cuidado. Lo que parece seguro es que la Santísima Trinidad amaba profundamente a este matrimonio, ejemplo de virtudes. Es razonable que el Padre, para quien ellos gestaron, cuidaron y educaron a su hija predilecta; el Hijo, a quien le dieron madre; y el Espíritu Santo, cuya esposa educaron en la obediencia al Señor, siguen hoy beneficiando a quienes se encomiendan a los abuelos del Hijo de Dios.
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